El santero frustrado

 

    Sí, yo creo que Dios va a castigar a los curas, al obispo o a no sé quién. Dios tiene que castigar al que tenga la culpa de que en este pueblo, adonde he venido a dar con mis huesos al jubilarme, la iglesia permanezca cerrada casi todo el día, como si no existiera.

    La razón tradicional de que nuestros antepasados construyeran las iglesias con una alta torre fue para que el sonido de sus campanas llegase más lejos, así se facilitaba que el viajero las divisase y pudiera llegar a ellas para recibir el socorro que precisaba en su camino.

    Hoy sigue siendo lo mismo, al menos en lo espiritual, pero de qué te vale si luego llegas y está cerrada. 

    Lo mismo me pasa con la iglesia del pueblo de al lado, ........., dicen misa a las ocho de la mañana y después cierran hasta el día siguiente. Por la tarde dicen misa los sábados y vísperas de fiesta de precepto y, enseguida, a cerrar. 

    Tiene que ser pecado tener las iglesias cerradas. La casa de Dios debería estar siempre abierta o, al menos, la mayor parte del día. 

    Si la causa de que las iglesias estén cerradas es porque en ellas puede haber cálices de oro, piedras preciosas y joyas, que se enteren, que al Señor le importan un bledo esos metales, que nosotros llamamos preciosos, y esas piedrecitas de colores, que llamamos gemas. 

    He conocido ermitas que, a falta de sacerdote, las abría y cerraba una persona que vivía allí al lado. El pueblo les llama "el santero" o "la santera", según fuera un hombre o una mujer.

    ¿Por qué no soy yo tu santero, Señor?

    Si las iglesias no se abren por comodidad o por holgazanería, peor, no quiero ni pensarlo.

    Por eso me asalta la duda de que sea .......... el retiro que yo había soñado, el pueblecito del que habíamos hablado Tú y yo, Señor. Si es así, entonces no lo entiendo, y ya estamos, Señor, como siempre...

    Te tienen preso, Señor, te encierran, te dejan solo. Nadie puede ir a visitarte, mas que cuando ellos quieren, casi siempre militarizados, a toque de campana.

    Señor, Señor, y Tú estás solo. Sin la posible visita de esa pobre anciana que, porque acecha paciente a que se abra tu puerta, la motejan de "beata" y acaso, en verdad, sea santa. Quién sabe las lágrimas que derramó en su vida para que sus ojos hayan quedado así, siempre llorando. 

    A media tarde te faltará la visita relámpago de ese niño que te saluda con torpe genuflexión, como excusa a su travesura de que en el juego del escondite vale también ocultarse en la iglesia. Su blanca oración te recuerda a aquellos otros niños que se acercaban a Ti, otra tarde, en Galilea.

    Te quedas sin el mudo coloquio de ese viejo amigo que todas las tardes, y nadie lo sabe, tropieza con su cachava la jamba de tu puerta, para avisarte que pasa. Con qué gusto se sentaría un ratito contigo, y hasta echaría una cabezadita, si le viniese en gana, pues, sabe que para Ti, como si fuera un rezo más, cuenta.

    Y, aunque yo sea el último, también estás sin mí, Señor. Tú sabes que te quiero y que echo de menos tu compañía, nuestra conversación por las tardes, aunque muchas veces no tenga nada nuevo que contarte, pero qué bueno es estar juntos y luego decirnos adiós, hasta mañana. 

    Señor, Tú estás solo y yo también estoy solo. No lloremos a la par los dos, para poder consolarnos. 


4 de noviembre de 1983




Esto lo escribió mi padre poco
después de jubilarse. He tenido
más suerte que él. Yo sí he venido 
a parar a un pueblo en el que la
iglesia está abierta todo el día. 
Estoy segura de que me acompaña 
cada vez que hago una visita al Señor.

Julio 2021

Pilar


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